Me gusta mucho lo vivo de este Caldero, que anima las cuestiones urgentes que nos presenta la clínica. No son ajenas a lo que el último Lacan halló en las referencias antiguas, tanto en las medievales, como en las que remiten al Renacimiento.
Tomo el aporte de Claudia Lázaro: ¿Cierre, o rechazo del inconsciente? Ahí parece presentarse “ese agujero duro y real” del que habló Juanqui Indart. La chica “no logra aferrarse a los recursos del psicoanálisis”. “Significación pobre pero no bizzarra”. “No hay síntoma.” ¿Puede el psicoanálisis prestarle algún significante…? Quizás “prestarle significantes” podría situarse con lo dicho por Roberto Ileyassoff: “la pluralización de los Nombres del Padre nos obliga a reconsiderar el lazo transferencial”, y con lo dicho por Juanqui sobre la “inventiva en los consultorios”.
Lacan anticipa la práctica analítica en los tiempos de la rata en el laberinto, tiempos en los que una señora rata escribió: “soy la empleada nº 23 de Telecom que se suicida”, y pasó al acto. La “unidad ratera, cuyo ser es uno con su cuerpo”,[1] es el individuo aristotélico, sin inconsciente, metido en los laberintos del discurso de la ciencia “que no le debe nada a los presupuestos del alma antigua.” El alma antigua sabía del amor. Unos, los creyentes y los místicos, amaban al Ser Supremo. Otros amaban a la dama inaccesible, como si supieran de dos modos de gozar: el que es atraído por el objeto del fantasma, y el Otro goce, el de ella, -objeto de deseo-, nunca toda ahí donde se creía encontrarla.[2] Mística y poética en las que el acontecimiento-amor prepara el lugar del inconsciente.
El Lacan de Aún, dice Jacques-Alain Miller, cree que el amor “puede mediar entre los uno-completamente-solo de la época”. Pero ¿qué amor? “El juego apasionante” de un amor con reglas,[3] posible si se afronta su raíz de imposible, lejos de los espejismos.
Carmen González Táboas
No hay comentarios:
Publicar un comentario