jueves, 30 de septiembre de 2010

Afrodita que sorprende


La era victoriana fue conservadora y amarreta en asuntos de goce. Su imperativo cultural parecería poder cifrarse en la fórmula: Goza de lo mismo, con moderación. Por otra parte, en 1920, Freud dio un estatuto metapsicológico radical a la compulsión de repetir, algo que antes adjudicara al “rasgo conservador” del síntoma.[1] En este sentido cabe decir entonces que el síntoma se hallaba en conjunción con su época. Sin embargo, de inmediato comenzaron los años locos, que contagiaron a Europa y a los países desarrollados con el boom económico nacido en los Estados Unidos y que, en consecuencia, universalizaron el ideal del American way of life. De allí en más, el imperativo de la era global pasó a ser: Goza de lo nuevo, todo cuanto puedas.[2] Así, la época en que vivimos se encuentra más bien en oposición a la naturaleza del síntoma.
El imperativo contemporáneo tiene dos consecuencias simétricas y opuestas: la proliferación de objetos a (condenados a una acelerada obsolescencia) y el desprestigio del síntoma (ya que todo aquello que haga lazo, condense goce y se repita –tres caracteres esenciales del síntoma– choca con el impulso al goce de lo nuevo). Los lazos libidinales resultan empobrecidos a consecuencia del empuje a la transitoriedad de los vínculos sintomáticos en general y de los amorosos en particular. En este aspecto podemos deducir que la llamada relación sin compromiso es “la hija no deseada del capitalismo”.[3] El amor se convirtió en una experiencia cada vez más atípica, en una suerte de especie en vías de extinción.
La acción conjugada del carácter vertiginoso y voraz de la cultura del consumo y de la uniformización de los modos de gozar resultante de la globalización tiene por consecuencia un arrasamiento generalizado de la dignidad, en la medida en que desvaloriza y mina precisamente aquello cuya función es “salvar nuestra dignidad de sujetos”, convertirnos en algo distinto del sujeto condenado a la metonimia eterna, “hacer de nosotros”, dice Lacan, “ese algo único, inapreciable, insustituible” que constituye “la dignidad del sujeto”.[4]
Ahora bien, aunque escasee, el amor no es por eso imposible, sino más bien contingente y muy real. Es “Afrodita que sorprende”,[5] y por más que la subversión que provoca en el sujeto no se vea favorecida (e incluso resulte entorpecida) por la contemporánea compulsión a la metonimia del objeto de goce, el analista puede adquirir el estatuto de un síntoma,[6] y devolver así al sujeto un lugar de dignidad posible a través del lazo, la estasis y la repetición propios del amor de transferencia.

Gerardo Arenas


[1] Cf. S. Freud, “Más allá del principio del placer”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, t. xviii, y “Análisis fragmentario de una histeria”, en ibid, t. vii.
[2] Cf. J.-A. Miller, “Tres conferencias brasileñas de Jacques-Alain Miller sobre el síntoma”, en El síntoma charlatán, Barcelona, Paidós, 1998.
[3] G. Arenas, En busca de lo singular, Buenos Aires, Grama, 2010.
[4] J. Lacan, La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003.
[5] J. Lacan, L’identification (inédito).
[6] Cf. J. Lacan, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006.