viernes, 8 de octubre de 2010

Reseña de la Segunda Noche preparatoria - 4 de octubre 2010

La segunda noche preparatoria para las XIX jornadas de la EOL ha contado con la participación de  Daniel Aksman, Roberto Ileyassoff, Irene Kuperwajs y Claudia Lázaro
Coordinada por Juan Carlos Indart, se ha intentado, nuevamente, dar lugar a lo que responden los psicoanalistas.
Para comenzar, Claudia Lázaro ha presentado una viñeta clínica orientada por un punto problemático: pensar la diferencia entre cierre del inconsciente y rechazo del inconsciente. Le ha puesto al caso un título irónico que da cuenta de un "rasgo exagerado", como ella lo denomina: "Una transferencia muy positiva".
Una adolescente de 17 años que, si bien presenta justamente una transferencia muy positiva, expresada en una suerte de fascinación por la analista, presenta grandes dificultades en amarrarse a la palabra, al dispositivo analítico, a la implicación subjetiva. No logra aferrarse a los recursos que el análisis le aporta. Resulta difícil retomar formaciones del inconsciente. La sujeto utiliza permanentemente palabras tomadas del otro; una "alienación flagrante", como Claudia lo expresa. No se pueden situar tampoco fenómenos de psicosis. Hay una significación pobre pero no bizarra. Se trataría mas bien de una alienación al Otro que orientaría a la debilidad mental o a las personalidades como si.
Claudia se pregunta entonces de qué tipo de rechazo se trata. Si sería posible que el análisis pudiera prestarle algunos significantes que le permitan salir de la repetición y hacer función de suplencia. ¿O es que el inconsciente se ha retirado hasta una próxima apertura?, concluye.
Irene Kuperwajs ha desarrollado otra viñeta clínica, titulada "El Diablo". Esta vez, un niño de 5 años; un padre que lo rechaza y una madre "un poco loca".
Siendo que en los tiempos del goce habría una aceleración de la decadencia del orden simbólico, Irene plantea una respuesta del lado de la transferencia en acto para inscribir algo del lado del amor. Este niño puede efectivamente comenzar a tramar su historia porque consiente al amor de transferencia. El analista se constituye en su función de síntoma, que anuda y fuerza al sujeto a encontrar otra solución que no sea la de ser el objeto del delirio familiar. Llega a la consulta con todos los diagnósticos de la época: epilepsia refractaria, add, bipolar, trastornos del sueño, y, por supuesto, medicado. Un niño que no se queda quieto y que expresa reiteradamente que no quiere vivir porque no tiene papá. La madre dice que él es un tirano como su propio padre.
La analista propone dejar de lado su teoría del add – con la que da cuenta de algunas de sus reacciones – para que pueda hablar y averiguar lo que le pasa. El primer tiempo consistió así en separar su discurso de las palabras con las que fue hablado, alojando al sujeto y ordenando. A medida que comienza a jugarse el amor de transferencia se evidencia un apaciguamiento. Aparecen dos recuerdos sobre el padre. El sujeto puede amarrarse a los recursos que el análisis le brinda; obteniendo cierta humanización que, como lo señala Irene, en este niño, no es poco.
Daniel Aksman nos ha presentado un texto en el cual realiza un recorrido por la época actual partiendo de la problemática del amor. Plantea entonces que uno de los motivos de consulta en la actualidad está referido a la soledad contemporánea; un padecimiento en relación al partenaire. Aquellos que en su modo de buscar borran cualquier posibilidad de encuentro.
Amamos a quien creemos que esconde algo que responde a la pregunta por nuestro ser; es por ello que ponemos en juego nuestra propia falta. Se trata de ¨dar lo que no se tiene¨, reconocer la falta y ponerla en juego. Hay en ese Otro una verdad difícil de soportar y que el amor permite sobrellevar. La doctrina del partenaire indica que el sujeto siempre juega su partida con un partenaire. El analista sería un partenaire suplementario.
En el caso de la soledad del sujeto contemporáneo; el sujeto puede prescindir del partenaire sexual y consagrarse al partenaire a-sexuado del plus de gozar.
Daniel ha citado el texto "La Errancia Erótica", del filósofo Costas Axelos para trabajar la dificultad del amor. En los caminos del amor, dice, aparece siempre la pregunta por lo que buscamos.
Establece así que para las cuestiones del amor y del goce los semblantes son siempre necesarios. En el amor habría una enrancia fundamental, malestar que se extiende hasta nuestros días. El término enrancia, tomado de Heidegger, sería una de las formas de la inautenticidad; ir de una cosa a la otra, impidiendo reposar en ninguna; una "avidez de novedades". Sería la escencia del shopping de este siglo.
Ejemplifica con dos pequeñas viñetas; una paciente cuyo síntoma era concurrir a las rebajas de los shoppings, corriendo de un local al otro, sin necesitar nada; su goce era comprar. El otro, un sujeto que tenía una compulsión a la genitalidad con la necesidad de frecuentar mujeres en forma constante. No puede dejar de entrar a páginas pornográficas en la computadora del trabajo para masturbarse compulsivamente y establece encuentros reiterados con un travesti. Inauténticas soledades contemporáneas, las denomina Daniel.
Si lo que se impone es la errancia entonces la monogamia se torna problemática. En las cuestiones del amor, deseo, sexualidad, goce, hay agujero, establece Daniel Aksman; por lo tanto se tratará de un saber hacer que no borre al sujeto del deseo y le de la posibilidad de un amor que no haga de la soledad una tristeza.
Roberto Ileyassoff trabajó en torno a distintas modalidades en las que se presenta en la época la función paterna.
Habría, dice, muchos fenómenos de la clínica que no entran en las categorías utilizadas; pacientes que consultan que no creen que lo que les ocurre quiere decir algo en el sentido de un saber del inconsciente. Esperan, sin embargo, un saber que los alivie de su sufrimiento. Serían pacientes sin implicación subjetiva para los cuales los modos de intervención habituales pueden ser contraproducentes. Destaca en este sentido la importancia del diagnóstico.
Real, simbólico e imaginario tienen que estar bien anudados para poder sustentar la realidad humana; para poder sostener un lazo. El sujeto necesita protegerse de ese real que escapa al significante y a la imagen; esto permite que un discurso se desarrolle y limite el goce. Procede de la puesta en función de una ley; metáfora paterna, que permite el lazo social a través de la pérdida de goce. Sería el Edipo freudiano como un aparato de anudamiento.
Cada modo de anudamiento se hace notar como síntomas de funcionamiento inconsciente y equivale a su modo de goce. Cuando el sujeto no logra construirse un sínthoma es víctima de síntomas de disfuncionamiento. Mas vale funcionar con un síntoma propio que con uno prestado, asevera Roberto.
Si bien el padre es una función que acota el goce, pueden existir otras formas de lograr el anudamiento. El síntoma orienta al sujeto. A través de la transferencia se puede hacer intervenir una suplencia que anude convenientemente. 
Plantea entonces que el nombre del padre en los tiempos actuales está forcluído y vuelve en lo real como normas sociales. No está fundado bajo la función del padre que nombra sino sobre la normalidad que funciona como amo anónimo. Sería un orden más feroz que el Nombre del Padre, que no está correlacionado al deseo y a la prohibición sino al goce superyoico. Sería el nombre del padre ocupado por alguien que no conserva su característica de función vacía.
La pluralización de los Nombres del Padre obliga a reconsiderar el lazo transferencial en la cura. Resalta entonces la importancia del encuentro con un analista donde se construya un lazo que ponga en juego algo de su satisfacción y no solamente la pura prohibición (en los casos de excesos de goce). Poder hacer emerger otro modo de satisfacción que sea mejor que la satisfacción excesiva. 
Juan Carlos Indart ha concluído con una suerte de síntesis de lo expuesto.
Ha planteado entonces que lo que deberíamos articular es esa diferencia entre discursos que tienen recursos, potencialidades y posibilidades, tan opuestos a ese agujero duro y real en el que nos dejan los dos casos clínicos.
El debate giraría en torno a posibilidades sustitutivas. En la viñeta de la mujer que va al shopping, en esa compulsión, obtiene una pequeña ganancia. Podríamos considerarla como un síntoma. Encuentra esa mujer un poco de límite ahí, sería mucho peor sin eso, plantea Juan Carlos Indart.
Ese sería un enfoque, la perspectiva sería poder ir reduciendo eso pero quedándose con eso que ya es un invento importante. Otra cosa sería decir que ha podido dejar caer eso.
En el caso del sujeto que recurre a la pornografía, al travesti, dirá que habría que pensar si eso no es algo que ya está funcionando como síntoma en el sentido de limitar y anudar algo, o habría que pensar que ahí tenemos que intervenir en un sentido más sustitutivo. Este sería todo el horizonte de la polémica.
Se ha expresado no muy optimista respecto al caso de Claudia Lázaro, ya que no hay síntoma. Ni en el sentido de la castración freudiana ni un nuevo síntoma. A diferencia del niño, que tenía sus agallas e intentaba armar algo para sostenerse. Mediante el amor de transferencia ha podido pasar del "no tengo papá" a dos recuerdos sobre el padre; de límite, de intercambio, encontrando tal vez allí un hilo edípico.
Ha destacado, para finalizar, la necesidad que impone la época, de cierta inventiva en los consultorios.


Paula Husni

A tono con los tiempos


Me interesó la propuesta de cómo responder a “los tiempos del goce” desde la clínica y es desde esa perspectiva,   que digo que el psicoanálisis lacaniano es el más adecuado,  para abordarlo, en tanto es una clínica centrada en el goce.
¿Cómo entender estar a tono con los tiempos actuales?  Nos convertimos en especialistas de drogadicción, bulimia o las formas que tome la violencia? Seremos expertos en corrupción, mafias o clonación rápida? No lo creo.
 Digo que el psicoanalista lacaniano está más orientado para abordar los síntomas actuales, en tanto centra  cada caso con la pregunta: de qué goza este sujeto? 
Asi, un sujeto viene a verme con un lenguaje violento y degradante, hablando sin parar, enumerando hechos como en un juicio. Le digo de modo amable pero firme: “Si tuviera un palo, le abriría la cabeza, para sacarle, al menos una idea que  sirva…pero no lo tengo”.  Esta intervención lo ubicó en otro lugar, por el efecto que tuvo la invención de un objeto-palo que podía no sólo frenarlo sino separarlo del otro a quien compulsivamente envolvía e impotentizaba con palabras. El efecto fue de alivio inmediato y de actitud más respetuosa hacia el otro  ¿Cómo actuar con alguien que  goza de sus palabras?
 Algo es seguro: no  con palabras.
   
Diana Paulozky