martes, 12 de octubre de 2010

Reflexiones sobre la presentación de un caso en la noche del lunes

Después de escuchar las preguntas, las referencias, los pedidos de precisiones que surgieron a partir del diálogo con los asistentes a la noche preparatoria de las próximas jornadas, puedo decir que el caso que allí llevé ya no es el mismo.
La pequeña torsión que le imprime al texto escrito la palabra del otro –y la propia, una vez atravesado el acto solitario de escribir– obliga a ajustar, a argumentar, a volver a considerar. Así, la noche significó para mi un paso más en la compresión del caso y del tema de las jornadas.



Claudia Lázaro

¿Qué ordena el superyó?


Respuesta abreviada a la Moderación del blog luego de la dos primeras noches preparatorias de las XIX Jornadas de la EOL 

El superyó ordena gozar a su antojo engendrando síntomas.
No hace que el goce sea un goce de entrada ordenado de acuerdo a lo que a la educación le conviene.
Sin embargo, paradójicameante, por el hecho de “imperar “ sobre el goce, tiene un poder ordenador sobre el goce.
A raiz de esto uno puede preguntarse lo siguiente: ¿ se podría influir terapéuticamente para atemperar y saber hacer con el goce del síntoma sin tocar el resorte superyoico del goce?
Sólo un goce controla a otro goce sustituyéndolo. No es posible influir sólo con palabras, interrupciones o silencios que no resuenen en el cuerpo gozante. Sólo quien “hace como” que ordena gozar puede tener el paradójico resorte como para lograr un cierto saber hacer con el goce del síntoma.
Freud en 1925 lo expresa así: “al inicio de la edad de la latencia… el varón se vió confrontado a elegir entre la satisfacción del amor incestuoso y la satisfacción del interés narcisista por una importantísima parte de su cuerpo amenazada por la castración”.
En referencia al caso presentado por Marisa Chamizo en la noche preparatoria de las XIX Jornadas, respondiendo a su pregunta acerca de las condiciones que posibiliten un tratamiento para él, yo propondría la siguiente estrategia: crear una ilusión de que el tratamiento se ocuparía de ver porqué ha perdido la relación gozosa con la amante, y no proceder a hacer hincapié en el goce de la drogadicción o en la desvalorización de los vinculo conyugales con la supuesta “salud” .
Además propondría también, introducir subrepticiamente la ilusión de poder gozar, a través del tratamiento, de una efectiva posibilidad de lograr ser como el padre y no solamente pasarse el tiempo admirándolo. Quizás esta aventurada y gozosa promesa podría convencer al paciente a seguir la consulta estimulando un lazo transferencial como para continuar trabajando sobre una sustitución posible entre el goce drogadicto (equivalente al incesto con la madre) y el goce del logro de sus propósitos mujeriegos y de emulación con respecto a los éxitos del padre tanto con sus empresas como con las mujeres (equivalente al valor narcisístico de su propio pene).
Ese lazo transferencial podría ser del tipo “conversación democrática” destinada a anudar RSI en los casos donde esto impide operar sobre las “frustraciones” y también sobre las así llamadas psicosis ordinarias pue en estos cuadros no se puede contar con la clásica represión freudiana en relación al padre (ver revista Quarto nº 94 dedicado a la Psicosis Ordinaria artículos de J.-A. Miller y de Gil Caroz).
Es necesario aclarar que, antes de este arriesgado paso estratégico –no dejaría de indagar sobre la ausencia de indicios de psicosis no desencadenada. Posteriormente,si es que consiguiera lograr este propósito (quizás utópico), no dejaría de favorecer la elaboración de un duelo para perder la omnipotencia mágica con la cual parece manejarse el paciente la cual sería un foco constante para la depresión y la impotencia, a su vez controladas a través de los excesos en el goce con las drogas.

Roberto Ileyassoff





Moderación



El analista, cuando con otros va construyendo una comunidad de experiencia, no está solo para soportar la dimensión del acto que ocurrió, ocurre, cada vez en el dispositivo.
El Caldero de las Jornadas es una de sus formas, así como las noches preparatorias, también en las distintas secciones de la EOL, las Jornadas previas como la de Carteles y la anual de Santa Fe tan recientes, de las que esperamos también comentarios.
De ese modo, con los textos que llegan, se va moviendo este Caldero, poco a poco, con solidez, la de cada enunciación que permite ir a favor de esa construcción.
El eje de la clínica nos ha ofrecido casos, con algunos podemos hacer serie, lo que, por un lado nos saca de las clasificaciones clásicas, por otro nos presenta con agudeza el uno por uno de la clínica lacaniana. La intervención en la noche de R. Mazzuca tiene la justeza de indicarnos lo frecuente: no es una neurosis, al menos típica, pero tampoco es una psicosis si no contamos con los datos fundamentales para diagnosticar lo que Miller en su momento llamó psicosis extraordinarias. Entramos al campo de las Ps ordinarias o de neurosis nada típicas(otro capítulo de la clínica). Es la pregunta del caso que presenta Claudia Lázaro. Roberto Ileyassoff advierte de la importancia del diagnóstico, pero, si ni neurosis ni psicosis, ¿entra en nuestro programa de investigación( como lo propuso en su momento Laurent, de psicosis ordinaria? Y a éstas ¿qué las ordena?
Si bien las viñetas comentadas no nos permiten asegurar que estamos con casos paradigmáticos de una serie ya que son breves referencias de cada caso, sí nos permiten advertir las respuestas de los analistas, las preguntas de los analistas, las hipótesis de los analistas, el no saber de los analistas.
Hay un punto que me interroga y de lo que casi no hablamos, el consentimiento del analista al uso de psicofármacos y aún más, la indicación del analista en casos en que considera que conviene. En la viñeta que envía Norah Perez la derivación a un psiquiatra que el sujeto reconoce como autoridad, no permite deducir que la vía sea esa, pero el exceso de goce destacado pudo sugerir su uso.
El caso que nos presenta Irene Kuperwaj, un niño de 5 años con los diagnósticos típicos creados por el mercado de medicamentos, con algún tratamiento de ese tipo. El analista deja de lado los diagnósticos para escuchar al sujeto. ¿Deja también de lado los medicamentos? La pacificación que encuentra en el lazo al Otro transferencial, ¿hace innecesario su uso?

Ana Simonetti

La “omisión” de la época y el tratamiento posible


Algunas semanas atrás fui a ver la obra de teatro "La omisión de la familia Coleman", de Claudio Tolcachir. El espectáculo cuenta la historia de una familia que vive "al límite" de su propia disolución, una disolución "evidente pero secreta". Personajes compartiendo una casa que "los contiene y los encierra", y "construyendo espacios personales dentro de los espacios compartidos, cada vez más complejos de conciliar". Viven en una convivencia imposible de soportar, “transitada desde el absurdo devenir de lo cotidiano, donde lo violento se instala como natural y lo patético se ignora por compartido", tal como escribe el autor.
Impacta el desarrollo de las escenas, contenidas en el absurdo de esta familia que va hacia la disolución, empujada por el goce sin medida de cada uno. Los rasgos de perversión, la madre que no puede y no sabe serlo, la abuela con un goce perverso y arrasador que tiene a la hija por objeto, los nietos tomados por el alcohol, la delincuencia, la miseria humana, la esquizofrenia y la desesperación, y la ausencia total de lazos amorosos que armen entre esos personajes algún lazo familiar. Lo que está omitido es el padre, brilla por el peso de su ausencia, y la familia está dislocada. El final es abrumador por su real crudeza, sin velo, sin semblante, sin palabras, sin familia, en la soledad del abandono y la locura.
Sin embrago, hasta aquí, la obra de teatro muestra a cielo abierto, haciendo uso del absurdo y lo grotesco –poniendo en escena el acto mismo de omisión del padre de la familia Coleman- eso que ya sabemos respecto de los efectos de la “omisión” de la función paterna y que nos concierne a todos, en mayor o menor medida, en la época en que vivimos.
Un mail de la compañía de teatro Timbre 4 que recibí unos días después, me permitió una lectura a posteriori. Anunciaban que la obra sería sacada de cartel  a causa del inicio de una nueva gira por América y Europa. Cuando comenzaron montaron la obra en el living de la casa del director, en una vieja y típica “casa chorizo” del barrio de Boedo, al final del angosto pasillo, justo al fondo, atravesando el patio, luego de la puerta verde... Al inicio, ninguno de los actores ni el director habría jamás imaginado el éxito rotundo y sostenido que tuvieron en estos años, desde agosto de 2005. La obra cambió para ellos la relación al teatro y la vida cotidiana porque les permitió también mejorar sus condiciones materiales de vida y de trabajo.
Lo que se agrega para mí como transmisión es que cada puesta en escena de la obra constituye, en sí misma, un modo de tratar la omisión de la función de abrochamiento a la vida que implica contar con lo paterno.  Algo -relativo a la omisión propia de esta “época aspirada por el goce”- es tratado por los actores en cada puesta escena. Y la respuesta que vuelve del público, bajo la forma de un reconocimiento que los ha conducido al éxito internacional, es que algo de lo imposible de soportar de esa omisión se trata también para el espectador mismo. Todos ellos aspirados, en alguna medida,  por la omisión de la función paterna propia de la época.
El arte del teatro me enseña también que no conviene quedar aspirados por el amor al padre porque esa “aspiración” -ahora en términos de amor al Ideal- nos vuelve inoperantes.
Si algo me ha enseñado el teatro esta vez es que la época produce también sus propios tratamientos del goce y que es bueno hacer el esfuerzo de leerlos dejándose enseñar, porque eso orienta respecto de un tratamiento posible.
Creo que es una enseñanza aplicable a la práctica del psicoanálisis.

Gabriela Camaly