PRIMERA: Es indudable la dificultad contemporánea para el amor. Una vez que se han depurado las narrativas, que se han disuelto las palabras dichas y oídas en el magma del placer a corto plazo (sin principio), ¿qué queda por esperar?
Alan Bloom en un exquisito libro llamado sencillamente “Amor y amistad” responsabiliza a Freud por haber sido uno de los causantes de la decadencia de la literatura amorosa (las novelas de Stendhal, por ejemplo) en pos de una erotología cientificista, cultivando un eros lúgubre y falto de belleza. Un poco exagerado por cierto, pero tomemos el relevo de esta simpática provocación.
El relato novelado freudiano (sobre todo el de los Estudios sobre la histeria) es, desde luego, una novedosa combinación entre un lenguaje científico neurológico y una “historia de los sufrimientos” (frase que toma de Goethe). Rápidamente podríamos conjeturar que el tema del amor adquiere dos caminos concurrentes en Freud, la transferencia (el amor de transferencia) y lo económico libidinal. Si nos dejamos llevar por este segundo punto –y por fuera de los lugares comunes-, veríamos cómo Freud lleva las cosas hasta plantear el problema de la psicosis en términos de una gramática amorosa: las diferentes modalidades de negar la frase “yo lo amo”
SEGUNDA: “La inestabilidad (branlage[1]) humana es más variada de lo que se cree”[2] -declama Jacques Lacan-, y es en esa variabilidad donde quizás hallemos una verdad. Ensayemos pues, una clínica de la vacilación, o mejor dicho, de la fragilidad, de la endeblez humana, a sabiendas de que eso tiene un límite, un dominio centrado en esa cáscara topológica que llamamos cuerpo. Vayamos al film “El marido de la peluquera” (es solamente un recuerdo fragmentario e impreciso a modo de ilustración).
Él es un hombre mucho mayor que ella, va religiosamente a cortarse el cabello, hasta que un determinado día le propone a esta dulce y suave peluquera, casamiento. Todo marcha sobre rieles, todo es amor, prácticamente no hay diálogos; sólo hay miradas cómplices, sin malentendidos. Un idilio perfecto: se miran, se tocan, se desean...Hasta que un buen día abren la boca, hay una pelea mínima y estúpida y luego de dormir separados esa noche, al otro día este buen hombre se encuentra con una carta donde ella –quien la película da entender que se arroja de un puente- le dice algo así como que no soportaría perder ese amor. No soporta el hecho de que todo cruce con el Otro sexo es sintomático. Por lo tanto, para poder hacer existir el Amor puro, la belleza infinita de esa comunión, ella debe desaparecer, caer como objeto para hacer existir no la relación sintomática (del partenaire-síntoma) sino la relación sexual.
TERCERA: No hay relación sexual. Y entonces ¿qué hay? Hay fracaso sexual. El fracasex[3]. “El amor que aborda al ser, expresa retóricamente Jacques Lacan, ¿no surge de allí lo que hace del ser aquello que sólo se sostiene por errarse?”[4]. Ciertamente la vida no es más que un viaje y los vínculos establecidos entre esa errancia, el itinerario y la repetición son para nosotros ciertamente sugerentes. ¿Por qué camino entonces se puede amar a una mujer? La respuesta es simple y graciosa a la vez: por azar[5]. Claro que en ese azar hay algo que detiene, que ancla (lo escuchamos en nuestros consultorios). Ni intrínsecamente placentero, ni intrínsecamente doloroso[6], el amor tan sólo evita el desarraigo que se padece por el simple hecho de ser hombre o mujer, por la angustia de vivir en esa patria.
Por Emilio Vaschetto
[1] El término utilizado por Lacan es “branlant”, que significa que algo que es inestable, que presenta una oscilación o una vacilación; una escalera o un taburente pueden ser branlantes; un niño que comienza a caminar se le llama “château branlant”, está inseguro. Le Petit Robert “Dictionaire de la langue française” París, 2000.
[2] Lacan J. “Les non-dupes errent” Clase 13-11-73, inédito.
[3] Tomado de mi libro: “Los descarriados. Clínica del extravío mental: entre la errancia y el yerro”, Ed. Grama, 2010 (en prensa).
[4] Lacan J. “El seminario 20 Aún” (1972-73). Buenos Aires, Ed. Paidós, 1995, p. 176.
[5] Lacan J. “Les non-dupes errent” (1973-1974), inédito. Clase del 18-12-73.
[6] Milner J. C. “Lo triple del placer” Buenos Aires, Ed. Del cifrado, 1996, p. 34.