viernes, 24 de septiembre de 2010

Tres reflexiones acerca del amor y los tiempos del goce

PRIMERA: Es indudable la dificultad contemporánea para el amor. Una vez que se han depurado las narrativas, que se han disuelto las palabras dichas y oídas en el magma del placer a corto plazo (sin principio), ¿qué queda por esperar?
Alan Bloom en un exquisito libro llamado sencillamente “Amor y amistad” responsabiliza a Freud por haber sido uno de los causantes de la decadencia de la literatura amorosa (las novelas de Stendhal, por ejemplo) en pos de una erotología cientificista, cultivando un eros lúgubre y falto de belleza. Un poco exagerado por cierto, pero tomemos el relevo de esta simpática provocación.
El relato novelado freudiano (sobre todo el de los Estudios sobre la histeria) es, desde luego, una novedosa combinación entre un lenguaje científico neurológico y una “historia de los sufrimientos” (frase que toma de Goethe). Rápidamente podríamos conjeturar que el tema del amor adquiere dos caminos concurrentes en Freud, la transferencia (el amor de transferencia) y lo económico libidinal. Si nos dejamos llevar por este segundo punto –y por fuera de los lugares comunes-, veríamos cómo Freud lleva las cosas hasta plantear el problema de la psicosis en términos de una gramática amorosa: las diferentes modalidades de negar la frase “yo lo amo”

SEGUNDA: “La inestabilidad (branlage[1]) humana es más variada de lo que se cree”[2] -declama Jacques Lacan-, y es en esa variabilidad donde quizás hallemos una verdad. Ensayemos pues, una clínica de la vacilación, o mejor dicho, de la fragilidad, de la endeblez  humana, a sabiendas de que eso tiene un límite, un dominio centrado en esa cáscara topológica que llamamos cuerpo. Vayamos al film “El marido de la peluquera” (es solamente un recuerdo fragmentario e impreciso a modo de ilustración).
Él es un hombre mucho mayor que ella, va religiosamente a cortarse el cabello, hasta que un determinado día le propone a esta dulce y suave peluquera, casamiento.
Todo marcha sobre rieles, todo es amor, prácticamente no hay diálogos; sólo hay miradas cómplices, sin malentendidos. Un idilio perfecto: se miran, se tocan, se desean...Hasta que un buen día abren la boca, hay una pelea mínima y estúpida y luego de dormir separados esa noche, al otro día este buen hombre se encuentra con una carta donde ella –quien la película da entender que se arroja de un puente- le dice algo así como que no soportaría perder ese amor. No soporta el hecho de que todo cruce con el Otro sexo es sintomático. Por lo tanto, para poder hacer existir el Amor puro, la belleza infinita de esa comunión, ella debe desaparecer, caer como objeto para hacer existir no la relación sintomática (del partenaire-síntoma) sino la relación sexual.

TERCERA: No hay relación sexual. Y entonces ¿qué hay? Hay fracaso sexual. El fracasex[3]. “El amor que aborda al ser, expresa retóricamente Jacques Lacan, ¿no surge de allí lo que hace del ser aquello que sólo se sostiene por errarse?”[4]. Ciertamente la vida no es más que un viaje y los vínculos establecidos entre esa errancia, el itinerario y la repetición son para nosotros ciertamente sugerentes. ¿Por qué camino entonces se puede amar a una mujer? La respuesta es simple y graciosa a la vez: por azar[5]. Claro que en ese azar hay algo que detiene, que ancla (lo escuchamos en nuestros consultorios). Ni intrínsecamente placentero, ni intrínsecamente doloroso[6], el amor tan sólo evita el desarraigo que se padece por el simple hecho de ser hombre o mujer, por la angustia de vivir en esa patria.


Por Emilio Vaschetto






[1] El término utilizado por Lacan es “branlant”, que significa que algo que es inestable, que presenta una oscilación o una vacilación; una escalera o un taburente pueden ser branlantes; un niño que comienza a caminar se le llama “château branlant”, está inseguro. Le Petit Robert “Dictionaire de la langue française” París, 2000.
[2] Lacan J. “Les non-dupes errent” Clase 13-11-73, inédito.
[3] Tomado de mi libro: “Los descarriados. Clínica del extravío mental: entre la errancia y el yerro”, Ed. Grama, 2010 (en prensa).
[4] Lacan J. “El seminario 20 Aún” (1972-73). Buenos Aires, Ed. Paidós, 1995, p. 176.
[5] Lacan J. “Les non-dupes errent” (1973-1974), inédito. Clase del 18-12-73.
[6] Milner J. C. “Lo triple del placer” Buenos Aires, Ed. Del cifrado, 1996, p. 34.

Moderando

Con la primera respuesta de Ileyassoff ya tenemos algo dentro de El Caldero de las Jornadas. Eso se agradece mucho porque a ese Caldero lo tenemos sobre fuego fuerte y sostenido (no hay tanto tiempo hasta diciembre). Ya vendrán más ingredientes, y esta metáfora precisa mi manera personal de ‘moderar’. Para mí, a todo lo que caiga en el Caldero de las Jornadas hay que sacarle su propio jugo, porque mi único temor es que se queme, y no va conmigo salvar las cosas de manera aguachenta. No se trata, entonces, de polemizar con una u otra expresión de textos breves, sino de exprimir el planteo general. Desde este punto de vista me parece que Ileyasoff subraya más lo que debería o podría ser recurso frente a los excesos de goce viniendo de la doctrina que la consideración de la realidad efectiva a la que nos enfrentamos, y que el argumento de las Jornadas toma como referencia. Creo que es por eso que la respuesta insiste en la función del padre como recurso para: unir el deseo a la ley, lograr satisfacciones sustitutivas (lo que supone represión), anudar un amor ejercitable en tanto abierto por algún lado a algo más que su encierro narcisístico. Así, por un lado, se descartan los recursos a instrucciones y prohibiciones a secas, lo que está muy bien, porque no son ingredientes de nuestra orientación ni de nuestro Caldero. Pero, por el otro, esta línea de respuesta supone extremar la argumentación para hacer de la posición del analista un relevo de una función paterna ultra esclarecida. Habrá que ver en qué casos esto puede verificarse.
Mientras tanto, la realidad efectiva a la que me refería nos trae más bien predominantemente casos donde lo que se verifica es que no se ha constituido la castración en sentido freudiano, que no hay unión del deseo a la ley, que hay férreas uniones de la demanda a una diversidad de reglas, que el goce, aunque reduzca su quantum, permanece insustituible, y que el amor no va más allá de una exaltación ante la presencia de su objeto y una devastación ante su ausencia: frustración.
Necesitamos respuestas concretas, caso por caso, ante eso, para lo que la doctrina es indispensable, justamente, porque aún no están escritas en ella.
La segunda respuesta, de Daniel Peretta, corresponde, me parece, a la línea de responder descifrando enseñanzas de Lacan. ¿Por qué no? Seguramente lo que se prepare en El Caldero tendrá olor a ese desciframiento. ¡Pero no puede ser de ninguna manera su fragancia preponderante! Se trata de respuestas, desde la práctica analítica, vinculadas a esa realidad de nuestro siglo actual que por tercera vez menciono.
Juan Carlos Indart