En la antigua librería Vrin, en la Place de la Sorbonne, encontré el Disciurs de l’errance amoureuse, estudio[1] editado por Vrin en 1986, inesperada luz para una lectura del seminario 21.[2] Si Lacan murió en 1981, había contado con alguna de las ediciones de la obra de Pontus de Tyard, autor de Erreurs amoureuses.(1573). Lacan vio al Renacimiento “oscurantista” seguramente por su ilimitada confianza en “el hombre”. Pero Pontus, petrarquiano y neoplatónico a su manera, había trazado en su canzonieri una epistemología del amor. Tuvo que interesarle a Lacan la sutil diferencia que separaba a Pontus del florentino Petrarca (1304-1374).
En la tradición petrarquiana del dolce stil nuovo el errore giovenile es la ceguera amorosa, la falta juvenil que causa vergüenza y arrepentimiento. En cambio para Pontus los errores amorosos son la consecuencia del ardor que consume al amante. La metáfora del viaje se traslada a un viaje en el mar. El deseo se lanza tras la dama, inalcanzable. La errancia amorosa afronta tempestades y noches invernales, pero el movimiento del amante sólo bordeará “el espacio de una ausencia”. Hay el amor, no hay relación sexual.
En Aún[3] Lacan dice que al meteoro del amor cortés le siguió el discurso científico que “no le debe nada a los presupuestos del alma antigua”. “Y únicamente de esto surge el psicoanálisis.” El ser que habla aún pierde el tiempo hablando y cuando “abre la boca” se encuentra con las paradojas del goce en el amor, entonces con el síntoma y la repetición. Llegar a saber de lo imposible del amor hace el amor más digno.
Carmen González Táboas
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