martes, 28 de septiembre de 2010

Amar no es sin errar

En la antigua librería Vrin, en la Place de la Sorbonne, encontré  el  Disciurs de l’errance amoureuse,  estudio[1]  editado  por Vrin  en 1986,  inesperada luz para una lectura del seminario 21.[2]  Si Lacan murió en 1981, había contado con alguna de las  ediciones de la obra de  Pontus de Tyard,  autor  de  Erreurs amoureuses.(1573).  Lacan  vio al  Renacimiento “oscurantista” seguramente por su ilimitada  confianza en “el hombre”. Pero Pontus, petrarquiano y neoplatónico a su manera, había trazado en su  canzonieri  una   epistemología del amor.  Tuvo que interesarle  a  Lacan  la sutil diferencia que separaba a Pontus  del florentino Petrarca  (1304-1374).
 En la tradición petrarquiana del  dolce stil nuovo  el errore giovenile es la ceguera amorosa, la falta juvenil que causa vergüenza y arrepentimiento. En cambio para Pontus  los errores amorosos son la consecuencia del ardor que consume al amante. La metáfora del viaje  se traslada a un viaje en el mar.  El deseo se lanza tras  la dama, inalcanzable. La errancia amorosa afronta tempestades y  noches invernales, pero el movimiento del amante sólo bordeará  “el espacio de una ausencia”.  Hay el amor,  no hay relación sexual.
En Aún[3] Lacan  dice  que al  meteoro  del amor cortés le siguió  el discurso científico que “no le debe nada a los presupuestos del alma antigua”. “Y únicamente de esto surge el psicoanálisis.”   El  ser que habla aún pierde el tiempo hablando y cuando “abre la boca”  se encuentra con las paradojas del  goce en el amor, entonces con el síntoma  y la repetición.   Llegar a saber de lo imposible del amor hace el amor más digno.

Carmen González Táboas




[1] Carron, Jean Claude,  Discours de l’errance amoureuse, París, Vrin, 1986 
[2] Lacan, Jacques, Seminario 21, Les non dupes errent, inédito.
[3]  Lacan, Jacques, Aún,  Barcelona, Paidós, 1981,   p. 104

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