sábado, 9 de octubre de 2010

Amar no es sin errar, 2

Me gusta mucho lo vivo de este Caldero, que anima las cuestiones  urgentes que nos presenta la clínica. No son  ajenas a lo que el último Lacan  halló en las referencias antiguas, tanto en las medievales, como en las que remiten al Renacimiento.  
Tomo el aporte de Claudia Lázaro: ¿Cierre, o rechazo del inconsciente?  Ahí parece presentarse “ese agujero duro y real” del  que habló Juanqui Indart. La chica “no logra  aferrarse a los recursos del psicoanálisis”. “Significación pobre pero no bizzarra”. “No hay síntoma.” ¿Puede el psicoanálisis prestarle algún significante…?  Quizás “prestarle  significantes”  podría situarse con lo dicho por Roberto Ileyassoff: “la pluralización de los Nombres del Padre nos obliga a reconsiderar el lazo transferencial”, y con lo dicho por Juanqui sobre la “inventiva en los consultorios”.
 Lacan anticipa la práctica analítica en los tiempos de la rata en el laberinto,  tiempos en los que una señora rata escribió: “soy la empleada nº 23 de Telecom que se suicida”, y pasó al acto. La  “unidad ratera, cuyo ser es uno con su cuerpo”,[1] es el individuo aristotélico, sin inconsciente, metido en los laberintos del discurso de la ciencia “que no le debe nada a los presupuestos del alma antigua.” El alma antigua sabía del amor. Unos, los creyentes y los místicos, amaban al Ser Supremo. Otros amaban a la dama inaccesible, como si supieran de dos modos de gozar: el que es atraído por el objeto del fantasma, y el Otro goce, el de ella, -objeto de deseo-, nunca toda ahí donde se creía encontrarla.[2] Mística y  poética en las que el acontecimiento-amor  prepara el lugar del inconsciente. 
 El  Lacan de  Aún, dice Jacques-Alain Miller, cree que el amor “puede mediar entre los uno-completamente-solo de la época”. Pero ¿qué amor?  “El juego apasionante” de un amor con  reglas,[3] posible si se afronta su raíz de imposible, lejos de los espejismos.

Carmen González Táboas


[1] En Aún, p. 169
[2] En el siglo XV, Pontus de Tyard pensó que el desencuentro era inevitable. No así Petrarca en el siglo XIV.
[3] Lacan, Jacques, Seminario 21, inédito (12/3/1974)

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