lunes, 13 de septiembre de 2010

Elegir entre la satisfacción del amor y la satisfacción de una parte del cuerpo

Frente al empuje al goce desenfrenado en los jóvenes  de los tiempos actuales se puede considerar  distintos tipos de satisfacciones. Las hay consideradas nocivas y las hay consideradas más constructivas. Por supuesto que los límites se refieren a las consideradas nocivas. Poner límites siempre fue considerado como prohibir, pero es necesario aclarar que, muchas veces, el adolescente ya sabe lo que está prohibido y le hace mal, y su problema es no poder detenerse, lo cual no hace más que aumentar su culpa y su aislamiento. En realidad, esto podría pasarle a cualquier sujeto, más allá de su edad.
Fuera del ámbito psicoanalítico, se pone el acento sólo en la instrucción y en la necesidad de que los padres  conozcan y limiten las satisfacciones nocivas o “excesos” de sus hijos adolescentes ¡Esto parece imprescindible, pero no es suficiente! Sería necesario además, sin dejar de contar con el  encuentro con un psicoanalista, que se   construya un lazo con el adolescente  que ponga en juego algo de su satisfacción y no  solamente de la pura prohibición para lograr que   consienta subjetivamente las limitaciones   y pueda, así, renunciar efectivamente a los excesos. Para lograr esto sería importante puntualizar la necesidad de hacer emerger en él  otro sistema de satisfacción que sea mejor opción que la satisfacción excesiva. Además, de esta manera, se trataría de verificar que el único modo de suprimir o reprimir una satisfacción, es reemplazarla por otra.
Las satisfacciones sustitutivas funcionan para el hijo como el límite natural para dichos excesos al provocar temor a la pérdida, tal cual ya le ocurrió en su encrucijada familiar temprana -la que dio inicio a la edad de la latencia- cuando se vio confrontado a elegir entre la satisfacción del amor incestuoso y la satisfacción del interés narcisista por una importantísima parte de su cuerpo amenazada por la castración[1]. Los padres más obedecidos son los que dieron amor y satisfacción a sus hijos, sin dejar de poner al mismo tiempo un tope a esa misma satisfacción, logrando así ponerlos en posición de tener algo que perder –algo para tener miedo de perder-.
¿No será que cuando los padres se dedican a poner límites y prohibir, y no pasan previamente por esa fase de satisfacción de sus hijos, éstos caen en no tener miedo a nada, por no tener nada que perder, como todos los marginales de la sociedad?
A partir de los Escritos de Lacan[2], se puede decir que la función del padre es la de unir un deseo a la ley, con respecto a la satisfacción, y no la de oponerse a ella, limitarla o prohibirla .En otras palabras, crear en el adolescente una satisfacción con respecto a vivir en la ley tanto o más fuerte, que la satisfacción de vivir fuera de ésta. Vivir en la ley sería poder ubicarse con respecto a cuál es su lugar en el mundo, cómo enfrentar una posición sexuada y qué conducta hacerse frente a las satisfacciones que se permite.
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Con la pluralización de los nombres del padre, existen muchas maneras de poner límite al goce. Dicho goce es a la vez producido e interdicto(o prohibido ) por el lenguaje, esto es por la lengua propia , o por el uso de la palabra y no sólo por la autoridad paterna.

Vale decir que el modo de goce del síntoma es el producto del conflicto entre el goce salvaje y el mismo lenguaje. Esto hace que existan muchas maneras de limitar el goce: entre ellas, el propio síntoma. Por estas razones, no sólo es imprescindible respetar al síntoma  sino ayudar a producirlo para poder operar con él  psicoanalíticamente.
   
La función paterna es ayudar a  reubicar esa pérdida de goce.
Tomando en cuenta la última enseñanza de Lacan, se puede realizar una analogía entre la función paterna y el analista.
Un padre diagnostica la modalidad de goce del hijo y no lo fuerza a lo peor. Conoce los límites y no solamente pone límites Cada uno tiene un límite, una detumescencia; no dejemos de tener en cuenta que los hombres la tienen pero las mujeres deben aceptarla también.  La turgencia equivale  a la excitación, (¿también al exceso?) . Incluso  puede alcanzar también,“metafóricamente “;al  ojo,  la mirada , la voz  etc.
Ya no se trata entonces sólo del padre freudiano “prohibidor”, sino que podría ser un padre del amor. Un padre que dice que sí al amor no entendido como el amor a lo mismo (amor narcisista), sino amor a lo “otro”. Un amor que le pone  nombre y “sintomatiza”  al plus de goce como para que se pueda operar con él. .
El analista, tanto como este tipo de padre, pueden  converger como buenos  operadores con  el  “plus de goce”

JAMiller nos recuerda que “Lacan esboza, en el capitulo 25 del seminario 10, una nueva figura del padre que sabe que el objeto (a) es irreducible al símbolo. Se trata de un padre que no se dejaría engañar por la metáfora paterna, que no creería que esta puede cumplir una simbolización íntegra y que sabría , por el contrario, remitir el deseo al objeto (a) como su  causa…”. .“Anuncia un padre que no sería otro que el analista ..” (3)
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1] S. Freud, 1924, “El ocaso del complejo de Edipo”.
[2] J. Lacan,  “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo” en Escritos
(3)  J. A Miller  en  La Angustia Lacaniana, pág. 112, Paidós.
                                                                                              
Roberto Ileyassoff
12 septiembre 2010



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